domingo, 13 de diciembre de 2015

Cuento de Pedro Peix

EL FANTASMA DE LA CALLE EL CONDE

Pedro Fernández Peix

Un lunes por la tarde vieron a un hombre con armadura por la calle 'El Conde', con el yelmo cerrado, arrastrando un pesado baúl y espada en mano, y luego lo sintieron subir por las escaleras de un alto edificio y encerrarse de un sólo portazo en su habitación.

Esa noche lo vieron con un traje de novia bajo el brazo, recorriendo la calle de "Las Damas", tocando puertas y rompiendo cristales, hollando paredes con su mazo de justas, excavando patios y cimientos, derrumbando piedra por piedra cornisas y balcones en busca de la única mujer que lo había amado y que lo había esperado durante 500 años para casarse.
Ya sonámbulo, lo vieron en la madrugada deambulando por el patio de la Fortaleza y subir a la Torre y hurgar en cada celda con una vela temblorosa en la mano y una espada gris en la otra, estocando la noche.


El martes, ya bien entrada la mañana, casi todo el mundo lo vio atravesar el Parque y lanzar improperios frente a la estatua del Almirante Cristóbal Colón, y luego lo oyeron mascullar una blasfemia innombrable cuando contempló su mausoleo en la Catedral.


Atravesaba las calles a grandes zancadas, con una serenidad temeraria, impertérrito a las bocinas de los carros, sordo a los pregones de los venduteros de dólares y de los predicadores bíblicos, desdeñoso de los letreros foráneos y las siglas impersonales que aparecían en las fachadas, completamente ajeno a la multitud que lo seguía a cierta distancia y ahora a lo largo de todo el malecón, oyéndolo despotricar contra los hoteles, los turistas, los carteles políticos y contra las mujeres sin pundonor que encontraba a su paso.

Así, arrojando imprecaciones y esputos, llegó al Castillo de San Jerónimo, y al encontrar solamente sus escombros, empezó a golpear las piedras mohosas con su guantelete, encolerizado al comprobar que otro imperio había tomado la ciudad.


Entonces, desquiciado y fúrico, viendo en lontananza galeones con enseñas desconocidas, y desconsolado porque jamás volvería a encontrar a su novia, invocó el nombre de una morgana hambreada para que le consiguiera un corcel y nuevas armas de honores y torneos.
Sólo tuvo que esperar segundos para verse montado en potro de caballero, y lanza en ristre arremeter contra los altos y desnudos postes de concreto armado que servían de tendido al alumbrado eléctrico, vociferando obcecadamente que esos eran los enemigos de la ciudad.
Después de lancear cuatro o cinco columnas, se derrumbó con un estruendo metálico y polvoriento, cayendo de bruces al asfalto con todo y rocín. Inmediatamente lo rodearon, le quitaron el yelmo y la armadura, pero no encontraron su cuerpo.


No lo pensaron dos veces para ir a su habitación de la calle "El Conde #15". Forzaron la puerta de su domicilio aparente, y vieron sobre una mesa de caoba sus borrosas credenciales: Generoso Balmoral, contrabandista de rocíos en tierras de ultramar. Al lado de varios planos y cartografías, encontraron y leyeron las cartas de amor que se había intercambiado con su novia a lo largo de cinco siglos. En la primera, fechada en 1498, ella le exponía la codicia y los desafueros de los colonizadores, y en la última, fechada en 1987, le confiaba el acoso sórdido que seguía manteniéndole el imbatible Caballero de La Moneda.

Fue debajo de la mesa que encontraron el pesado baúl. Sólo después de una hora, arrancando cadenas y desportillando cerrojos, lograron levantar la tapa y hallaron en el fondo, una isla recién cortada y de engendrada pureza, fragante de silbos. Pensaron que ese era el regalo nupcial que traía el hombre de la armadura. Pero, decepcionado al no encontrar vellocinos ni joyas ni talegos, decidieron arrojar el baúl al mar.


De repente, antes de dar media vuelta, escucharon la voz de la novia que parecía venir de su osario de musgo: "Ahora estoy cubierta por los despojos de una estirpe indeseable, sepultada por los héroes de la usura, conjurada en mis idilios por los cofres negros del poder, tiranizada en mis sueños por haber trasegado a mi pecho la púrpura armada de aquella foresta aladina que no pudo pulir sus venablos, aún embebida de la dote de mis banderas y corales, ya baldada de tantas gestas, desahuciada en mis limos profundos".


Nadie volvió a ver jamás al hombre de la armadura. Pero todos comprendieron que ella, su novia, era la ciudad.

PEDRO PEIX

jueves, 17 de septiembre de 2015

Poema 5

POEMA 5

Un poema a la muerte
es como herirse la piel con una rosa,
los poemas son los únicos que no pertenecen a la tierra.

Hay días que parecen hechos de llantos,
en que la alegría tiene la forma de una tumba,
y es casi nada,
porque hay ángeles que podan a la tierra sus ramos de dulzura.

Hay que huir, huir, huir...
más allá de las esmeraldas de las hojas. Ya la mano de la fe
dibuja con aceite doloroso,
y es casi nada,
porque la bendición nunca llega en la fecha que se espera.

Frutece el árbol
con promisores avisos a los adolescentes,
y el fuego con sus cien mil lenguas
quisiera cantar su ruina entre las flores,
y hasta las mismas nubes quisieran
hilar su tragedia en las cortezas.

Nunca se encienden totalmente los carbones
del pensamiento, se cumple la voluntad de la sacerdotisa ciega;
pero no hay que apretar los puños mirando el firmamento.
Cuando llegue esa hora
comprende que tu fruto es fecundo
y de antemano lo espera la tierra.

Autor:
Juan Sánchez Lamouth
POEMA 1

La luz de mi ternura ya no ve tu belleza.
Está entre el olvido mi invisible colmena
la soledad de siempre circundada por estas hieles frescas
Hasta mi aldehuela
está gentil como una novia tísica.

Los mismos pájaros cantándole a las madrugadas,
las mismas flores, bailarinas de las estaciones,
la misma tierra con su llaga luminosa,
los mismos hombres vomitando el polvo de los siglos.

La canción de la brisa llega a mis versos
como una honda profecía del cielo,
sólo cantando así me doy cuenta
de la dulce embriaguez del arte.

Hasta mi habitación quiero que venga esa tejedora.
Ahora que escribo deseándome una muerte en primavera,
ahora que cada día me reintegro más y más
a la invisible tribu de la sombra...

Autor:
Juan Sánchez Lamouth

jueves, 28 de mayo de 2015

Luz que duele

Ya es la hora de perderlo todo    
de entregar voluntariamente todos los paisajes  acumulados  
he sacrificado en la búsqueda toda la sangre    
mi sangre
toda la sangre
y tengo la misma respuesta que tienen los ignorantes y los sabios  
detrás de todo solo nada
solo nada  
nada  

Oh Señor para eso me has traído hasta aquí?  
Al límite de la raíz perdida?  
Al límite de la luz que duele?  
Para qué ver?
Duelen los ojos       los parpados abiertos
la mirada que circula la nada  
el tiempo maldito huyendo del nacimiento de lo eterno  
No me has dado nada Señor  
solo instintos        solo sospechas  
entre los arboles ninguna certeza    
entre el mar ninguna verdad    
ya dame la libertad de todos los miedos  
de todas tus verdades  
de todos los abriles en el mudo buscando la vida      
buscándote    
de todos los jesucristos que se han entregado  
dame la realidad de mi yo  
si no puedo salvar nada      dímelo ya       y déjame partir    
vale la pena la expectativa  del amor entre los hombres?  
Esperar   esperar?      

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Miguelfelipe J. M.

jueves, 30 de abril de 2015

Alma Clara


Es que duermo todavía?
  
La noche es de luz sobre la cabeza del caminante 
un paisaje de hermanos inaugura los sueños  
qué hay detrás del alba?    
la belleza de lo nocturno poblado de ángeles  
la mano del Pastor llena de primavera y un cielo de agua azul   

se que al final está la claridad 
los hijos y los hermanos que hemos sido   
los tiempos mejores girando en el alma de lo eterno    

desfloraremos lo triste y volverán las alas   
subiremos las llamas que dan a ti   
entenderemos que al crecer solo cambiamos de juguetes    
pero el juego es la fe    
el bosque sobre las lágrimas    
el sol sobre lo que termina con la sospecha de no volver    

otra vez la palabra luz sobre el silencio   

corazón luz  
la paloma descendiendo entre los hombres   
alma clara   
soliloquios de los caminos y las risas   

corazón luz corazón luz  alma clara   

hora de destejer la hora   
de despertar sobre la duda
alma clara 
Autor:
Miguelfelipe J. M. 
 


jueves, 23 de abril de 2015

Poema La Aldea

Aquí están los cerezos
aburridos de pájaros.
Aquí están las lagunas
muriéndose de sol...

Aledaño a esa hilera
de ranchos sin pintura,
se ve el campo enfermizo
de un viejo agricultor.

Son tan pobres las gentes
que moran esta aldea;
aquí sólo se siente
la esencia del dolor.

Para desayunarse
se beben un Dios mío.
Y hay veces que se acuestan
nomás llenos de sol.


Juan Sánchez Lamouth

viernes, 20 de febrero de 2015

Poema: Tarjeta de Presentación

Mi nombre:
Juan
Color:
Negro latino.
Residencia:
La Aldea.
Ocupación:
Poeta.
Bienes:
La poesía.
Seña particular:
Una herida profunda
que me supo abrir
la Oligarquía.

Receta Para un Enfermo del Corazón

Entre tu corazón
deja caer
varias gotas de amor,
ten fe,
si te es posible
sal a mirar las rosas,
úntate la nostalgia
de crepúsculo
y por piedad no cuentes
tus dolores
es una enfermedad
muy contagiosa...
Recuerdas, varias gotas
de amor
y haz el esfuerzo
de completar las rosas.

Autor:
Juan Sánchez Lamouth